Reflexiones de Emmanuel Lasker
viernes, 6 de marzo de 2015
Les traemos unas reflexiones muy interesantes de Emmanuel Lasker, Segundo Campeón Mundial de Ajedrez, 1894 - 1921.
En ella nos habla sobre el proceso de aprendisaje de los ajedrecitas y las cualidades que convierten a unos pocos en Grandes Maestros y que los diferencian del resto.
“Las palabras pertenecientes a la fe son las que con
mayor frecuencia se han malinterpretado”. El ajedrez tiene leyes, leyes que no descienden del cielo sino que deben tener conexiones y analogías con la vida. Si el universo está regido por leyes por qué el
ajedrez habría de escapar a esa norma perdiendo así su naturalidad.
Para Lasker la lucha, la colisión de fuerzas capaz de producir acciones y reacciones constantes, se define como el principio que igualmente regula la partida y ese principio puede variar en su aplicación pero nunca en su utilidad:
“Donde un ajedrecista mediocre ve diez movimientos para continuar su juego un maestro puede ver sólo dos o tres. Este desecha los demás caminos como insuficientes de mérito”.
La habilidad de un buen jugador apunta a la síntesis. Curiosamente mientras más progresa más se estrecha lo que antes se suponía un abanico de opciones y del que es una necedad tan siquiera hablar.
Lasker define este rigor como el arte de interpretar una pieza musical que al oído del genio tiene únicamente una manera de escucharse: en la medida que hay perfeccionamiento la exigencia de libertad, sufre estrechez.
Incapaces de renunciar a su libertad los hombres se han inventado también historias y la fe, teniendo su razón de ser en la justicia, languidece hasta tocar fin. Por ello, dice Lasker, el hombre debe actuar con toda la voluntad y razón que le sean posibles. La historia del ajedrez apunta hacia esa trama más que hacia aquello que es fácil de aprender y de recordar.
No hay soluciones sencillas. Lo más que se puede hacer es recurrir a una serie de técnicas que permitan en la enseñanza reducir el empeño que cuesta identificar una serie de temas recogidos en un historial de casi doscientos años de granada antigüedad.
Un principiante mueve las piezas con indiferencia hasta mecanizar una serie de simples recorridos, descubre gradualmente las trampas que le reportan una
mínima ganancia y sólo entonces está listo para regocijarse en los ataques del lado del rey en una escalada que ha sido vertiginosa. Pero al toparse con el viejo
maestro, sus recursos ya no le sirven y por mucho que se esfuerce no logrará cruzar esa muralla que es, por decirlo de alguna manera, el entendimiento lógico a mayor escala.
El salto que el joven debe dar entonces es doblemente grande de lo logrado
hasta entonces en que su mayor verdugo fue vértigo y no comprensión. Si se
esfuerza lo suficiente, la barrera del progreso quedará rota y si no, todo progreso futuro se detiene condenándolo si y entonces, a ser recordado por siempre como el mejor jugador de un modesto café.
Extraido: Manual para el Entrenador
(Alejandro Albarrán Capistrán / María Cruz Cano Hernández)
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