La ronda 4 del Multicerrados de La Proa empieza, y unos pareos descansan sobre una agenda, mientras una lapicera los envuelve como queriendo figurar. Mario Saralegui, con un buzo color azul francia, fisgonea una partida.
Guillermo Carvalho yace solo en la cabecera de la sala. Nicolás Cucchi -la mirada perdida- y Claudio Cóppola -la cara escondida por la espalda- esperan a sus contrincantes.
Guillermo Uría apoya los codos sobre la mesa, bien afirmado, mientras Pablo Caravia elige una postura menos combativa y observa las piezas desde una cierta distancia. Mateo Arcos y Claudio Cóppola se ríen con ganas, aunque casi sin hacer ruido, apenas comenzada la penúltima ronda.
Agustín Dos Santos usa sus manos de antifaz. Las telas del salón -en las mesas, en el techo- son blancas, siempre blancas.
Ruben Hipogrosso, Miguel Llabrés y Carlos Cano se divierten con la cámara que ahora los atosiga. Una lapicera amarilla, rosada y anaranjada descansa sobre una planilla que exulta un maniqueísmo cromático.
Gonzalo Muniz tuerce el gesto, mientras unos lentes sin ojos lo miran desde abajo. La ronda 4 del Multicerrados de La Proa sigue hasta la medianoche. Es primavera. Afuera. Adentro es ajedrez.
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