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Colonia de los ensueños

A las nueve y media de la mañana los vidrios siguen empañados y es poco lo que se puede ver para adentro del Centro Politécnico del Cono Sur. En el salón de la planta baja, la madrugada busca la forma de perpetuarse, extendiendo la agonía de la desaparición en las finas gotas que recorren los amplios ventanales y dibujan en su trayecto figuras incomprensibles. Falta un rato para que el fragor de la mañana evapore los resabios húmedos de la noche que pasó. Mientras tanto, más de 70 personas indefinibles juegan al ajedrez en el silencio de la aún dormida ciudad de Colonia del Sacramento.

Centro Politécnico del Cono Sur

Para llegar al Politécnico, el camino más directo consiste en atravesar los tres kilómetros de rambla que lo separan del centro de la ciudad, en donde muchos de los jugadores del torneo se encuentran alojados, ya sea en hotel o en alojamiento municipal sin costo, proveído por la organización del torneo. Si bien es posible explorar distintas vías de acceso, el encanto de la rambla es irresistible.

Hay quienes llegan a la sala de juego en ómnibus y quienes lo hacen en su vehículo personal. Están los que llegan caminando y los que logran acomodarse en el auto de un amigo. Algunos se toman un taxi, y muy pocos hacen parte del camino a pie y la otra parte en auto: por supuesto, no siempre es posible encontrar a un Marcel Blanchard en la rambla cuando faltan 12 cuadras y la ronda empieza en cinco minutos, pero es una combinación para considerar. Se llegue de la manera que se llegue, el tablero no divide (¿todavía?) entre propietarios o inquilinos, entre hombres o mujeres ni entre titulados o no titulados. Salvando los manotazos de ahogado, las partidas se ganan, pierden y empatan en el tablero, no fuera de él.

Con la modalidad a finish establecida por la organización del torneo, las últimas partidas de las rondas tienen, invariablemente, desenlaces incandescentes. Cuando las mesas se van quedando sin tiempo, los jugadores que ya terminaron poco a poco comienzan a amontonarse en derredor, y se instalan en lugares estratégicos para ver la mayor cantidad de finales posibles a la misma vez. Es la adrenalina de la ejecución, a veces perpetrada con una muerte que cae como un zarpazo, a veces con una muerte lenta y dolorosa, como sucedió en la partida entre el MI paraguayo José Cubas y el MF argentino José Cejas.

El video que sigue es la conclusión de la partida entre Cubas y el GM Salvador Alonso en la ronda 8:



Lamentablemente, igual de invariable es el flujo de reclamos por parte de los jugadores, que por muy distintos motivos, todos ellos dentro del núcleo temático “problemas con el tiempo”, elevan sus quejas a los árbitros y en algunos casos llegan al Tribunal de Apelaciones. “Mi rival tiró todas las piezas mientras todavía estábamos jugando”, o “me está pirateando”, o “perdí, pero quiero ganar de todas formas: ¿cómo lo podemos arreglar?”.

Mientras una ronda termina y la otra comienza, muchas cosas pasan en el Politécnico. Los árbitros se encargan de recomponer los relojes casi pulverizados en el frenesí de la conclusión de las partidas; ordenan los juegos esparcidos, reparten nuevos papeles para el registro de resultados, hacen el emparejamiento, lo cuelgan en la cartelera, respiran dos bocanadas de aire y de vuelta a la máquina.

Los jugadores tienen otras posibilidades. La mesa de ping-pong es uno de los pasatiempos más frecuentados por los jóvenes. En verdaderas manadas de 10 o 12, nos agolpamos en los límites de la mesa y observamos extasiados el desarrollo de los partidos a 11 puntos, pero deseando que se terminen de una vez por todas para poder “entrar”. Los más adultos prefieren la charla amistosa en la entrada del edificio, algunos con cigarrillo de por medio, otros sentados en los bancos. La cantina y los sillones donde se puede ver la televisión con comodidad aumentan el flujo de personas de forma significativa durante los descansos, y es posible ver el prado que rodea el Politécnico minado de vagos paseantes en plena liberación de cargas físicas “indesalojables” frente a un tablero de ajedrez.

Para los que no conocíamos Colonia, el sábado a la tarde fue la única oportunidad que tuvimos de pasear por la ciudad y visitar el barrio histórico, subir al faro, disfrutar de un poco de sol en la rambla, sacar fotos, distendernos y comer sin apuros. Para otros, fue el momento que estaban esperando para descansar y reponer energías para la recta final del torneo, que seguiría con dos partidas más esa tarde y tres entre las 9:30 y las 16 del domingo.

Las calles empedradas de la ciudad vieja de Colonia están atestadas de turistas ávidos. Cámara de fotos en mano, cientos de ellos (debería decir nosotros) recorren la calle de los suspiros con sonrisas, entre bromas y proyectos a corto plazo: “ahora entramos al museo indígena”, “no, mejor comemos algo en La bodeguita y después subimos al faro”, “yo quiero bajar a la rambla y descansar un poco antes de seguir”. Es frecuente ver a grupos de personas pidiendo al transeúnte más cercano que les saque una foto junto al cartel que indica que se está en la Calle de los Suspiros o de espaldas al mar, en una de esas maravillosas calles adoquinadas y en bajada.

En la Calle de los Suspiros

Estudiantes de arquitectura, aficionados al dibujo o fanáticos de la ciudad se plantan frente a distintas construcciones y esbozan en hojas de cuadernola sus distintas impresiones sobre lo que están viendo. Además, turistas extranjeros son conducidos por guías bilingües que les informan, para su regocijo infinito, que esa cosa grande y de madera se llama puerta. “PUERR-TA”, repiten maravillados. “VEN-TA… ¡NA!”.

De nuevo en el Politécnico, las últimas dos partidas se desarrollan en condiciones similares a las de la mañana. Apartado como está de la parte agitada de la ciudad, los ruidos externos son mínimos. Sábado de noche y la Plaza de Toros, que está en frente a la sala de juego, pierde buena parte de su atractivo y los visitantes no se afanan ya en bordearla en su gigante extensión ni en intentar evitar los alambrados y los carteles de peligro que la separan e la calle.

Plaza de Toros

Los niños corren de un lado para otro, entrando en los baños, pasando por la puerta de entrada, bajando las escaleras, jugando al ping-pong, a veces sentados en la computadora de la cantina o frente a la tele, pero nunca en actitud de reposo. Hace falta que empiece la ronda, y entonces sí, todos calladitos, silencio, sentados, juegan blancas. El siguiente video muestra a un simpático y luchador Gabriel Kimelman defendiendo su "posición":



En menos de dos días, se jugaron nueve rondas, vinieron más de 70 personas de tres países de Sudamérica (Paraguay, Argentina y Uruguay) que se alojaron en varios hoteles, se jugaron unas 330 partidas en 13 horas y media de ajedrez y se repartieron 2000 dólares en premios. El juvenil argentino y Maestro Internacional Federico Pérez Ponsa fue el campeón con 8/9, después de empatar muy rápidamente en la última ronda con el Maestro Fide José Cejas. El otro empate de Pérez Ponsa en el torneo fue en la ronda 4 con otro argentino, el Gran Maestro Salvador Alonso.

MI Fedérico Pérez Ponsa

El torneo terminó con una ceremonia en la cual se sortearon dos pasajes para Buenos Aires, se mencionaron los ganadores de los campeonatos departamentales, se entregó el trofeo de campeón al ganador del cerrado jugado antes de la Termipol y se entregaron los premios del torneo.

A las cinco de la tarde el Politécnico empezó a perder intensidad y el centro de atención se desplazó irremediablemente para otros horizontes. Sin tableros, ni relojes ni papeles, la sala desértica se hundió en un abandono sin reparos, en un lamento sin recriminaciones. Los autos se pusieron en marcha, las piernas echaron a andar, y si hay expectativa por la Termipol del año que viene es sólo gracias a que el recuerdo del fin de semana pasado no permanecerá como una ilusión incorpórea sino como el más tenaz de los recuerdos.

2 comentarios:

  1. muy grata lectura... gracias federico.

    pablo caravia

    P.d:
    recuerdo el placer que me produjo las primeras rondas de un torneo grande de ajedrez en el hotel casino carmelo, a mis 14 años... el silencio en multitud... luego me di cuenta en las últimas rondas que esa paz era aparente, el ambiente se puso tenso... a los años reencontré esa paz en el hata yoga, las meditaciones, el chicung, la oración... lo espiritual, si... y eso sí que no se acaba.

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  2. Muy linda tu nota, siempre tan poético, aunque no te hayan tocado vivir momentos del todo gratos (en la primera ronda , se entiende),igualmente creo que valió la pena: Colonia tiene su encanto.
    El coche fue una especie de mini-interclubes. No canten más por favor pedían las chicas y los mataban con unos chistes terribles: muy divertidos (quién dijo que los ajedrecistas son aburridos?).
    Rosa

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