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Algunas anécdotas de la Termipol 2009

El verdugo compasivo

Después de perder y estrechar la mano de su rival, como es costumbre entre los ajedrecistas, por más que no todos lo vean como un comportamiento necesario y varios no lo hayan practicado en esta IV Copa Termipol, uno de los jugadores salió de la sala de juego y, muy consternado, se dirigió hacia la vereda opuesta al Politécnico del Cono Sur, donde se estaba desarrollando el torneo.

Sentado en el cordón de la vereda, largos minutos pasaron en los que sólo atinaba a sostenerse la cabeza con su brazo, y dirigir su mirada a un cielo azul gigante que no podía darle explicaciones de columnas mal aprovechadas o minucias de cálculo en el ataque por el flanco rey.

Cuando parecía que sólo el desconcierto y el pavor por la derrota terminarían de hundirlo en su lamento, la persona que en tan penosa situación lo había dejado se le acercó con lentitud, manos en los bolsillos, y se acomodó a su lado en el fino cordón. Los dos jugadores extranjeros empezaron a charlar.


Una apertura acelerada

Un jugador responde con CF6 a la primera jugada de las blancas: d4. Otra Defensa Ortodoxa más, pensaron algunos. Quizás el hombre se anime con un Gambito Budapest o ensaye alguna aguda línea contra el Ataque Trompowsky de su rival o se refugie en una India de Rey para luego abrir el tablero. Bueno, nada de esto ocurrió, ni nada que vayan a encontrar ustedes en ningún libro de aperturas o en ningún programa de computación.

Resulta que nuestro protagonista tenía otras ideas, y, tal vez creyendo que su rival había caído en una etapa de sueño profundo, o por el simple despiste producto de la temprana hora, realizó su segunda jugada sin esperar a que su rival hiciera la que en realidad le correspondía hacer a él primero. "¡Nunca visto!", comentaba su rival, entre risas y caras ruborizadas. Al jugador que manejaba las blancas ni se le pasó por la cabeza reclamar que se había hecho una jugada ilegal.


Enojo arbitral

Uno de los árbitros, enojado porque dos jugadores que habían terminado su partida estaban analizando y no habían entregado sus “planillas”, se dirigió a ellos en los siguientes términos: “La próxima vez que no me entreguen las planillas, les pongo un cero a los dos”.

Los jugadores, todavía aplastados por los efectos de la partida recién terminada, apenas si lo miraron y menos todavía repararon en el tono amenazador del comentario ni en el retroceso que implicaba a los años locos de la escuela. "Sí, maestro", fue la respuesta que en realidad no llegó, pero por el tono utilizado por el árbitro hubiera sido de esperar. Los adultos jugadores firmaron el papel, lo entregaron y siguieron con su análisis un rato más.


Manotazos de ahogado

Un jugador que goza de 600 puntos más de Elo que su contrincante, se queda sin tiempo al final de su partida. En el mismísimo momento en que su reloj marca 0 segundos, a pesar de lo cual aprieta de todas formas el reloj (por lo que pone a funcionar el de su rival), este último, que en ese momento contaba todavía con 5 segundos, se lo hace notar. El jugador mira de cerca su reloj, se demora un segundo en tender la mano, aprieta la de su rival como aceptando la derrota, y en el momento mismo del apretón, sin soltar la mano ya apresada, llama al árbitro y exige tablas porque “ambas banderas han caído”.

Antes de continuar con el desarrollo de esta anécdota, hay que aclarar que durante sus últimos 12 segundos de partida, el jugador que reclama tablas hizo varios movimientos ilegales, golpeó el reloj con una potencia desmedida, comportamiento que calificaba para ser sancionado por “mal uso del material de juego” y le habló a su rival directamente durante el blitz final.

Uno de los árbitros se aproxima, mira los dos relojes y sin reflexionar mucho dice al que había reclamado la victoria por tiempo: “Tiene razón”, y emprende viaje hacia la mesa arbitral. “No, ¿cómo que tiene razón?”, increpa. “Fíjese, él tiene un signo de menos en su contador”. El árbitro ignoró la precisión y siguió su camino. En ese mismo instante, otro de los árbitros le repite la evidencia de que hay un signo de menos en uno de los contadores. Entonces, y sólo entonces, el árbitro cambia de parecer. “Ah, está bien”, dice. En 10 segundos, una victoria por tiempo pasó a ser tablas y a volver a transformarse luego a su estado original de victoria por tiempo.

El jugador que se había quedado sin tiempo elevó un reclamo al Tribunal de Apelaciones que, finalmente, falló a favor del jugador que había reclamado la victoria por tiempo. El que había elevado el reclamo, se paseaba después por la sala de juego hablando a grandes voces y mencionando en sus tribulaciones al Tribunal, al reglamento, a los antecedentes y a todo lo que le molestara en ese momento, fuera o no fuera relativo a la situación antes referida.


El hombre sin memoria

El hombre acaba de ganar por tiempo, cuando a él también se le queda en 0 el reloj. Exactamente, exactamente la misma situación que en la anécdota anterior. La diferencia radica en que del otro lado del tablero había un joven que no estaba dispuesto a sacar medio punto fuese como fuese, sino uno aceptó su derrota, no sin ciertas dudas, es cierto, hay que admitirlo, pero aceptó su derrota.

El hombre, entonces, comienza a completar la papeleta que se le entrega al árbitro al final de cada partida, con los nombres de los participantes, el número de ronda y el resultado de la partida. Sin darse cuenta, pone el resultado al revés, atribuyéndole de esa manera la victoria a su rival. Cuando este último se da cuenta del error, se lo notifica al instante, sin dudar un segundo. El hombre mira la papeleta y le dice: “No, está bien”. “No, está mal, puso el resultado al revés, usted era blancas”. Parecía que el hombre se entraba a enojar, sin razón alguna: “Pero, ¿qué me decís?” le espeta al joven muchacho, que a estas alturas ya se estaba cansando. El joven le explicó la situación por última vez. Al fin, el hombre lo entendió. “Ah, tenés razón”, dijo sin mirarlo a los ojos. Con ademán algo brusco, corrigió el error.

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