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Imagínense una callecita del Prado que corre paralela a la gran Agraciada, pero que no tiene tanto ruido ni tanta gente. Imagínense también grupos de árboles distanciados que acompañan toda la extensión de las veredas estrechas y se pierden lejos, muy lejos, en el horizonte imperceptible de las sombras que se nos escapan. Tal vez un par de adolescentes encantadoras pasan en frente de una cámara y distraen la atención del fotógrafo por unos segundos. El sol anaranjado cayéndose por los precipicios del espacio pinta colores en la fachada de una casona de los alrededores. Es la Sede de la Cooperativa de Ancap. Depósitos tubulares, lomos de burro desproporcionadamente gigante todos juntos uno tras otro en una fila. Allí adentro, en lo profundo del lugar, se juega el Interclubes.
Luego ustedes deciden ingresar, entonces encuentran un camino de unos 40 metros de extensión que separan la calle de la sala de juego. Siempre rodeado de pasto, cercos y todo tipo de vegetación, ustedes entran como preguntándose cuándo empieza la civilización, o mejor, cuándo se acaba la selva. Bueno, en realidad no se acaba nunca.
Ventanales espaciosos ocupan toda la entrada a la sala de juego y se fugan por la derecha, hasta que el hormigón impone su presencia definitiva e inapelable. El recinto es amplio, la iluminación, buena, los baños son pequeños y el aislamiento del exterior, suficiente. Como todavía no comenzó el torneo, no podemos decir nada de tableros, relojes, mesas, sillas, árbitros, cantina, etc., pero nos reservamos el derecho de ser sorprendidos por los organizadores.
Esta pequeñísima, casi nimia descripción, es el bocado que les preparamos para que vayan hasta Félix Olmedo 3600 y ustedes mismos lo pinchen y lo disfruten con sus propios tiempos y a sus particulares maneras.
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