En
los negocios, el juego o incluso el amor, elegir una estrategia
adecuada es clave para el éxito. Ocurre en la vida y en el ajedrez.
Pero no basta con poseer una buena táctica, hay que saber ejecutarla
con precisión. El ajedrez ayuda a dotar al ser humano de esta
habilidad y de otras muchas más. Numerosos estudios han demostrado
que aparte de un juego o un deporte, es también una poderosa
herramienta para el desarrollo de procesos cognitivos esenciales para
el aprendizaje. Ayuda a pensar, tomar decisiones y potenciar la
inteligencia emocional.
Suficientes
razones para que la Universidad de Málaga (UMA) y la Fundación
Kasparov de Ajedrez para Iberoamérica hayan firmado un acuerdo para
introducir el ajedrez como herramienta educativa y ofertar este juego
milenario como un curso de titulación propia a partir del segundo
cuatrimestre de 2015/2016 en la Universidad malagueña.
Firma del
acuerdo.
«No
se trata de crear campeones mundiales, sino de dominar las técnicas
artísticas, físicas y educativas que este juego proporciona»,
apunta Hiquíngari Carranza, presidente de la Fundación Kasparov de
Ajedrez para Iberoamérica (con sede en México D.F). La lista
continúa. Desarrolla los mecanismos de la lógica, aumenta la
concentración, entrena la habilidad para planificar y anticiparse a
los movimientos y enseña a visualizar mentalmente diferentes
itinerarios posibles y calcular las consecuencias de cada movimiento.
Pero el veterano ajedrecista Carranza no sólo destaca los beneficios
de este deporte en el ámbito educativo, sino su repercusión a nivel
social. «Ayuda a expresar y a controlar los sentimientos», afirma
el presidente de la Fundación Kasparov.
El
alumno entiende que al otro lado del tablero hay otro chico que juega
y que en ocasiones puede ganar, alguien que reacciona y que le obliga
a preguntarse inconscientemente, según Carranza, tres cuestiones:
«¿Por qué su adversario realizó esa jugada concreta?, ¿qué debe
hacer ahora?, ¿y con qué responde para que el rival se encuentre en
un problema?». En definitiva, ayuda a tomar decisiones correctas en
poco tiempo, olvidando el azar y entendiendo que toda acción tiene
una reacción.
En
lo que a la edad se refiere, se trata de un juego apto para todas las
generaciones. Desde la Fundación Kasparov consideran que los seis
años es la edad idónea para empezar a jugar, aunque aconsejan
introducir a los pequeños en el mundo de reyes, damas y peones a
partir de los tres años. «Aunque no jueguen una partida completa,
es aconsejable enseñarles la geografía del tablero y el significado
de las piezas», explica Carranza. Para los adultos que nunca
aprendieron nunca es tarde. El ajedrez es, por tanto, un deporte que
no entiende de edades, tampoco de clases sociales.
Formación
especializada
Carranza
cuenta que dejó de jugar al ajedrez a los 18 años. Su pasión era
tan grande que este deporte se convirtió en una obsesión. Sin
embargo, años más tarde, la capacidad de atracción de ese tablero
lo llevó a retomarlo. Esta vez el reto no sería darle jaque mate a
su compañero de partida, sino promover y difundir este apasionante
deporte en todo un país. Desde 2014 es presidente de la Fundación
Kasparov de Ajedrez para Iberoamérica, de la que ya se están
beneficiando millones de niños gracias a la formación de docentes
especializados en ajedrez educativo.
Según
el coordinador de proyectos en España para Iberoamérica, Manuel
Azuaga, son muchos los profesores de la UMA que están dispuestos a
sumarse a este proyecto e impartir clases de ajedrez entre el
alumnado. Espera que a partir del segundo cuatrimestre del próximo
curso se pueda asistir a clases para practicar este deporte, que no
entiende de sexo ni de edades y en el que reina una máxima vital:
las figuras blancas y negras siempre están en igualdad de
condiciones.
Nota extraida de: www.diariosur.es
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