En
su caso no ha habido que esperar a que muera para que todo el mundo lo elogie,
porque siempre mereció el aprecio de todos. Mauricio Perea fue un "segundo
padre" para el excampeón del mundo Viswanathan Anand, y un consejero muy respetado por gran parte de la élite del ajedrez.
Además era sabio y muy discreto; tanto, que su fallecimiento, el pasado día 13,
a los 91 años, casi pasa desapercibido, a petición propia.
"Vishy me cautivó desde que le conocí. Era un
disidente revolucionario en la élite del ajedrez, un iconoclasta; y por eso
Nieves y yo lo adoptamos como si fuera un nuevo hijo y le convencimos de que su
cuartel general debía estar en España, para evitar frecuentes viajes agotadores
a la India", solía recordar Perea. Ocurrió en 1991 en el torneo de
Linares, donde Anand se estrenó a los 21 años y dejó estupefactos a todos:
apenas gastaba un cuarto de hora en la partida entera contra los mejores del
mundo. Una de las primeras noches cenaron juntos, y Mauricio aconsejó al indio:
“Mañana juegas con Kárpov. Por favor, no inviertas apenas 16 minutos, como has
hecho en la partida de hoy, moviendo piezas casi sin pensar”. La respuesta de
Anand fue: “Está bien, jugaré más tranquilo. ¿Os parece bien si gasto 17
minutos? Por cierto, si gano, os invito a cenar mañana en un chino”. Ganó,
cumplió su promesa, y Mauricio y Nieves se convirtieron en sus “padres
españoles”.
Para entonces, Perea tenía ya mucho mundo en sus talones. Hijo de un
destacado general republicano en la Guerra Civil, Juan Perea Capulino, heredó
de su padre la pasión por el ajedrez y la música clásica, la sed de cultura,
una ideología muy progresista y un anticlericalismo visceral. Como tantos
españoles tras la guerra civil, la familia se exilió en México, donde Mauricio
comenzó una brillante carrera profesional en la industria farmacéutica que le
convirtió después en un alto directivo en EEUU y le permitió conocer medio
mundo mientras seguía cultivando la pasión del ajedrez con éxitos deportivos;
entre ellos, campeón de los estados de Tejas y Nueva Jersey; además jugó muchas
partidas internacionales por correspondencia.
Esa vida tan intensa terminó de forjar una cabeza muy bien amueblada,
una cultura amplísima y un carácter sobrio y muy sensato. Aunque, desde el
punto de vista del ajedrez deportivo, Mauricio sólo fuese un aficionado de
cierto nivel técnico, esas virtudes le hicieron ser muy bien aceptado por los
astros del tablero, los organizadores y los periodistas especializados cuando,
a partir de 1991, decidió aprovechar su jubilación para frecuentar los torneos
españoles.
Así conoció a Anand, y así le convenció de que comprase una casa cercana
a la suya en Collado Mediano, un pueblo de la sierra de Madrid. El campeón
indio –cuya religión hindú le impide comer carne- pudo comprobar pronto en qué
consistía la famosa picaresca española: Nieves preparaba el cocido con todos
los sacramentos,pero los retiraba hábilmente antes
de servirlo en la mesa, para que Anand pensara que estaba comiendo algo
estrictamente vegetariano.
Además del duelo por el título mundial contra Kaspárov en el piso 107 de
las Torres Gemelas de Nueva York en 1995, un momento culminante de la relación
entre el matrimonio Perea y Anand fue la boda de éste con Aruna en Chennai
(India) durante dos días muy intensos. Mauricio tenía serios problemas para
entender el tamil, que él definía como “una concatenación de fonemas
ininteligibles pronunciados a una velocidad endiablada”. Aún así fue capaz de
aprender de memoria la frase kalyana vazhthukkal, apropiada para felicitar a la novia en
ese idioma. Pero la pronunció de tal modo que Aruna respondió, en inglés:
“Perdone, pero no entiendo el español”.
Nieves falleció en 2004. Poco después, Mauricio dijo en el torneo de
Linares su famosa frase: “El ajedrez me da la vida”. Pero su vida era mucho más
que eso: una permanente inquietud por saber más de asuntos muy diversos, y por
compartir esa sabiduría con quienes tuvimos el privilegio de ser honrados por
su amistad. “Su mera presencia ya me reconfortaba”, recuerda hoy Anand. No es
extraño que varias de las personas consultadas para escribir este obituario
hayan pronunciado la misma frase, que el autor suscribe: “Mauricio fue una de
las mejores personas que he conocido”.
Nota: LEONTXO GARCÍA / El Pais de Madrid
Nota: LEONTXO GARCÍA / El Pais de Madrid
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