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sábado, 5 de diciembre de 2009

Reseña del libro "La partida inmortal: una historia del ajedrez"

La que sigue es la transcripción completa de un artículo publicado ayer en El País Cultural, suplemento semanal del diario local El País, en el que el periodista Juan de Marsilio hace una reseña del libro del escritor David Shenk (EEUU, 1966), La partida inmortal: una historia del ajedrez (publicado por primera vez en 2006).

Entre otros temas que aborda Shenk, se encarga de analizar una de las partidas más espectaculares de la historia del ajedrez, la inmortal de Anderssen, que se puede ver en visor al final del artículo.


Una historia del ajedrez
Pasión cerebral
Juan de Marsilio

DAVID SHENK es un ajedrecista apasionado, pero se confiesa mediocre, falto de la paciencia, concentración y estudio necesarios para un juego de calidad. Es por eso que puede escribir una historia del ajedrez adecuada para quienes quieran acercarse al juego, o estén en la transición entre jugar de vez en cuando y empezar a tomarse con más seriedad el arte del tablero. De paso, ilustra con amenidad la enorme capacidad metafórica que el ajedrez ha tenido desde sus inicios, hace catorce siglos.

Dos ejes recorren el libro: el recuerdo de un ancestro ajedrecista (Samuel Rosenthal, un Maestro del siglo XIX) y el análisis de una partida famosa ("la Inmortal", disputada por los maestros Anderssen y Kieseritzky, con victoria para las blancas, en Londres y en 1851).

DUCHAMP y EL CALIFA. Duchamp no fue sólo uno de los más provocadores artistas y pensadores de la Vanguardia artística de inicios del siglo XX. Fue también el campeón de Normandía y miembro del equipo francés de ajedrez. A principios de los años `20, dejó casi por completo el arte para dedicarse a la investigación y práctica ajedrecísticas. Casado con una rica heredera, dedicó la luna de miel a estudiar problemas de ajedrez.

Aprovechando un paseo de Duchamp, la esposa se vengó pegando las piezas al tablero. El matrimonio duró tres meses más. Esto se cuenta en el prólogo y el mensaje es claro: el ajedrez puede ser una pasión. Y algo más que un juego, como se demuestra con otra historia, la de un Califa que, en la Bagdad sitiada del siglo IX, disputa una partida con su eunuco de confianza, más preocupado por dar jaque mate que por perder su imperio y su vida.

Surgido como chatarunga en la India, el juego hipnótico, por llamarlo de alguna manera, pasa a Persia como chatrang, se convierte en el shatranj de los árabes que lo introducen en Europa. Hacia fines del siglo XV el juego toma, casi sin diferencia, sus reglas actuales. En el siglo XIX se da el auge de la "Escuela Romántica", de predominante orientación táctica, pasándose, a inicios del siglo XX a enfoques de juego posicional, en los que predomina lo estratégico, las decisiones a largo plazo.

Ninguna civilización ha tenido juegos comparables al ajedrez en lo que refiere a permanencia. Acaso sea por el poder metafórico del ajedrez y su capacidad para fomentar el pensamiento abstracto. El juego evoca la batalla, pero también la interacción dinámica de los diferentes estratos sociales (el peón se puede convertir en Dama). También, y aquí Shenk cita un trabajo de Benjamin Franklin, este juego puede promover virtudes: la prudencia, la serenidad, el análisis de las decisiones. Para Borges, la partida de ajedrez es una metáfora de la vida, en la que tal vez los hombres seamos piezas movidas por la mano del destino.

Pero el ir y venir de los trebejos sobre las casillas, no caprichoso sino regido por reglas fijas, entrena al jugador en el rigor lógico, al tiempo que lo entretiene. Asimismo, lo enfrenta con la maravilla matemática de que, con sesenta y cuatro casillas, treinta y dos piezas y un puñado de reglas, se produzcan trillones de partidas posibles.

Es este efecto cultural del ajedrez lo que historia Shenk, más que el juego y sus grandes maestros y partidas. Ajedrecistas avezados podrían criticar esta carencia, pero no son el público al que el libro va destinado.

CEREBRO Y ELECTRÓNICA. En la década de 1890, el psicólogo Alfred Binet se interesó en el ajedrez y los ajedrecistas. Intuyó que estudiar los procesos de razonamiento en la partida -en especial en partidas jugadas "a ciegas", es decir, sin mirar el tablero y en simultáneo- podría ayudarlo a descubrir las claves de nuestros procesos cognitivos. Un siglo de investigación por los caminos que abriera Binet revela varias cosas (y refuta varios mitos). En primer lugar: si bien el talento natural parece existir, la condición de ajedrecista magistral se adquiere y cultiva con práctica y estudio. En segundo lugar: no es una cuestión de memoria visual, pues los maestros que juegan a ciegas describen sus razonamientos en términos de esquemas estratégicos, no de sucesivas visualizaciones "fotográficas" del tablero. En tercer lugar: es más frecuente que el talento ajedrecístico superior coexista con otros talentos, también ligados al estudio y la práctica consecuentes.

El ajedrez es también una disciplina de la que se ha valido la informática, en su búsqueda de la llamada inteligencia artificial. Los matchs de Garry Kasparov, ex campeón del mundo, con los ordenadores Deep Blue (que lo venció) y Deep Junior (con el que empató) fueron una gran prueba.

LA LOCURA. Shenk historia también el costado oscuro del ajedrez: los grandes talentos que terminaron dementes. Como el norteamericano Paul Morphy, que a fines de la década de 1850 se paseó por Europa venciendo a todos los maestros que se le enfrentaron, pero terminó caminando por Nueva Orleans, hablando solo. O Bobby Fischer, que perdió el título mundial por su paranoia antisoviética y antisemita (devenida luego antinorteamericana, cuando manifestó públicamente su alegría por la destrucción de las torres gemelas). O el mismo Kieseritzky, que murió en un manicomio, pocos años después de "La Inmortal". Y varios casos más.

Shenk no afirma que el juego conduzca a la locura pero plantea que ciertos psiquismos enfermizos pueden desarrollar una compulsión por el ajedrez.

Sobre el final del libro, en cambio, comenta gratificantes experiencias de enseñanza del ajedrez en el sistema educativo de Nueva York. Destaca no sólo el alto nivel alcanzado por niños que juegan desde temprana edad, sino por sobre todo, la capacidad de concentración, estudio, entusiasmo, respeto y autoestima que el ajedrez ayuda a desarrollar en esos niños y muchachos, más allá de su ulterior destaque competitivo.

EL ANÁLISIS. El análisis de "La Inmortal" (y el de otras partidas magistrales, que se da en un apéndice) no es muy atractivo para jugadores ya diestros. En cambio, para los que estén dando sus primeros pasos en el ajedrez "serio", tiene la virtud de no apabullar con el estudio de muchas variantes para cada jugada, dejando sin embargo claros los supuestos estratégicos y tácticos implicados en cada movimiento. Esto aclara los fundamentos del juego y su análisis. Luego, con estudio y práctica, el jugador podrá ampliarlos y profundizarlos. Debe destacarse el acierto de Shenk al dar, para cada nota al pie, una indicación de bibliografía y profundización del comentario al final del volumen.

Afean el libro algunos errores de traducción inexcusables. Por ejemplo, seguir el criterio norteamericano de considerar que mil millones son un billón. O poner "silicona" donde correspondería "silicio", pues se refiere al elemento con el que se construye microchips, y no al busto artificial de ninguna vedette. O datar un sitio de Bagdad en el año 813 a. C., cuando es una ciudad fundada por la dinastía de califas abásidas, obviamente después de Cristo. Una pena, en un libro más que apreciable.

LA PARTIDA INMORTAL: UNA HISTORIA DEL AJEDREZ, de David Shenk. Turner, Madrid, 2009. Distribuye Océano. 320 págs.





*Imagen tomada del sitio latormentaenunvaso.blogspot.com

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