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Ajedrez en las sierras de Minas

-Señor, señora, ¿le adivino la suerte?

La gitana que camina con paso de pajarito por la terminal de Minas tiene la cara carcomida por el tiempo. Los surcos le cruzan las mejillas como ríos sedientos atraviesan los campos. Está ataviada como cualquier otra gitana; la pollera amplia, pulseras, collares, pliegues de ropa que no se sabe bien por qué están ahí y el pañuelo en la cabeza. ¿La suerte, dijo? No, señora, gracias. Nosotros vinimos a jugar al ajedrez.

-Vení, vení- insiste, pero no queda nada más que hablar. El Club Minas espera dos cuadras más arriba y tenemos que ir para ahí si no queremos llegar más tarde todavía, porque ya son las dos menos veinte y debíamos estar una y media.

Llegando a la ciudad. Camino hacia la Fuente del Puma

Plaza de Minas




En los pocos momentos que hubo para recorrer las calles de la ciudad (es decir, antes del torneo, en alguna escapada mientras se jugaba y después), logramos maravillarnos con varias de sus características. Una de ellas eran las sierras irrumpiendo con su elevación al final de las calles, en el horizonte urbano, en el punto de fuga minuano, enmarcando los límites con su verdor ondulado.

Antes de llegar al torneo, cuando el Club Minas era todavía un tesoro por encontrar, vimos en los carteles que indicaban los nombres de las calles un nuevo motivo de sorpresa. Tienen la misma combinación de colores que en Montevideo –verde y blanco–, pero un detalle que no tienen los de la capital. Debajo del nombre de cada calle, había una leyenda explicativa del nombre de la calle. Si se trataba de una persona, por ejemplo, más abajo aparecía la fecha de nacimiento y fallecimiento de esa persona y alguna de sus actividades en vida. Si se trataba de un hecho histórico (Treinta y Tres, por ejemplo), aparecía la fecha del hecho y una sucinta explicación (Desembarco en la Agraciada – 19 de abril de 1825).

El Club Minas se asemeja en buena medida al Club Español de Montevideo. Con una fachada que no revela demasiado sobre su interior, adentro es de características palaciegas. Tiene un amplio recibidor de baldosas coloridas con dibujos y una escalera que se bifurca en el descanso lleva hasta el salón principal en el primer piso. Aquí hay ventanas en todo su perímetro que aportan la luz que inunda el ambiente en todo momento. Cuando empezamos a recorrer el lugar donde pasaremos las próximas cinco horas, reparamos, para variar, en otro detalle: un “rincón blitz”. Se trata de unas mesitas separadas en una esquina del salón, alejadas de los tableros en los que se va a jugar el torneo. Cada mesa tiene su reloj preparado para que quienes lo deseen se sienten a jugar partidas rápidas, ya sea antes de comenzar la primera ronda, ya sea entremedio de ellas.

Club Minas



Como era de esperar luego de la excelente organización previa del evento, para el cual se creó un blog específicamente, se dispuso una camioneta para llevar a ocho personas y se recibieron casi todas las inscripciones por anticipado, el desarrollo del torneo fue sobre ruedas. Si bien empezó cerca de las tres de la tarde (el horario de comienzo era a las dos), en cuatro horas se jugaron las cinco rondas previstas, se sortearon las decenas de premios, se entregaron los trofeos y los regalos a los campeones de las tres categorías jugadas y se dieron los últimos regalos: un diploma por haber participado y un tablero de ajedrez de cartón.

Marcelo Moreira, campeón de la categoría rankeados

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