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miércoles, 18 de marzo de 2009

A orillas del olimar

Por Marcel Blanchard

Han venido "de todas partes", como dice la canción de los Olimareños.

Daniel Izquierdo de Mercedes con su hijo, Oddone y el árbitro Horacio Arévalo de Paysandú, Bernardo con algunos de sus más poderosos alumnos, unos cuantos más de Montevideo, también de Minas y San José, de Melo y la gente de Treinta y Tres con los hermanos Dávila e Ifrán en vanguardia.

Dávila. “Pero también juego”

Hay cuatro finalistas del Nacional del 2008 y varios de los más fuertes jugadores de Uruguay. Vinieron también de Brasil.

Bernardo ganó

Un torneo largo en cuatro días.


Anteayer tan solo llegamos por la ruta 8 atravesando sierras, pero como siempre sucede con los cambios de lugar y con las cosas intensas, parece que fue hace dos semanas.

El huésped brasilero antes de una partida

De la ventana del hotel se ven los campos y la mancha verde-azul del Olimar desbordado.

Jugamos en el salón del estadio debajo de las gradas. Ha sido muy bien acondicionado. Los torneos nos han llevado en general al litoral, a Colonia y a Salto. Acá se nota que estamos más cerca del otro gran hermano, del Brasil. Se nota en varias cosas, en la vegetación, en el calor húmedo, en los carteles de la ruta que ya anuncian la frontera y en que hay brasileros. En el hotel se alojan los hombres de negocios rurales que vienen a la ciudad a los remates de ganado y a otras transacciones. Dávila ha conseguido un viejo bus matriculado en Cerro Largo, que pasa todas las fechas a buscar a quien quiera por el Hotel 33 y por la Iglesia donde se alojan muchos de los jugadores.

Cerca de la frontera Oriental

***

Es sábado, recién ha pasado la hora de la siesta. Treinta y Tres dormido bajo el sol. Comienzan de nuevo los ruidos de las motos que pululan en todas nuestras capitales departamentales y cruzan diabólicamente las bocacalles haciendo difícil manejar.

Azoteas de la ciudad desde la ventana del hotel

Treinta y Tres tiene un aire local, elegante y silencioso, que me recuerda a Durazno, por sus calles anchas bajo los túneles de plátanos. Hay más palmeras aquí que en la ciudad de Yí. Pero tantas cosas son parecidas como en todas nuestras ciudades del interior.

Obelisco. Punto de referencia para llegar al lugar de juego en el estadio

En la sala de juego hay un muy buen ambiente. Bernardo ha traído a sus alumnos y naturalmente se eleva el nivel del torneo. Y uno va y pierde con esos adolescentes que a veces le imitan al maestro hasta en sus ademanes de juego, pero que entienden también lo principal que se les ha transmitido y, ¡Dios!, te descuidas y te comen todo, y si no te descuidas da igual, te comen lo necesario para ganar.

Mateo siguió la partida aun con dos piezas de menos

Daniel me cuenta que ha venido principalmente para que su hijo mayor, Sebastián, se entrene para un torneo panamericano y anoche le toca jugar contra él. Padre e hijo. Queda rezongando contra el destino con ese gesto tan conocido y típico de Daniel, moviendo los brazos de arriba abajo, fumando y hablando cosas con su voz ronca, en la oscuridad olimareña.

Daniel y Sebastián Izquierdo, Genta y Fernando

Oddone tuvo que remontar la primera partida con una dama de menos y sacarla en tablas. Misterios del ajedrez que todos hemos experimentado. Antognazza ha empatado dos durísimas partidas y escuché cuando le decía a Dávila: “Felicitaciones por el torneo. Qué bien que hice en venir”.

De Paysandú la Heroica al Olimar

Cuando salgo por unos días de la ciudad me quedo preguntando qué estoy haciendo metido allí, con tanta belleza por todas estas sierras y campos. La ciudad también tiene sus cosas, pero siempre me quedo preguntando eso. Me consuelo pensando que Montevideo, al lado de otras metrópolis, es una ciudad muy ecológica y pequeña. Todo es una cuestión de escala.

El hotel es una de las construcciones más altas del centro. Del mismo estilo que la sede del Club Nacional de Fútbol en Montevideo, y que el Club de San José en la Plaza donde comimos con Manolo Larrea hace un tiempo. Esa arquitectura modernista de los años '60 que para mí es "verdadera" pues era la moda en los '60 en los años de mi niñez.

La cúpula de la Catedral desde la calle Manuel Oribe

Ya vamos saliendo para el Estadio a jugar la 5ta ronda.

Ahora el torneo se ha terminado y venimos de nuevo por entre las sierras y campos de verde intenso y recién mojado. Están arreglando los puentes en Treinta y Tres. Camiones atorados. De nuevo la línea recta entre los campos. Entra por la ventanilla el viento de la tarde y el aire con olor a bañados. Venimos cansados. Con ese vacío que envuelve cuando se terminan estos torneos en otra ciudad. Habiendo jugado, moviendo esas fantásticas y perfectas fichas sobre un cartón cuadriculado verde y blanco, conteniendo la respiración, sentados horas frente a otro “pobre” tipo –viejo, niño, mujer o niña- que está sufriendo igual por no “morir” y ser él el que “sobreviva”, o que no sufre porque piensa que el que pierda, en cualquier caso, deberás ser tú. Es tan dulce ganar y es difícil perder, y es especialmente difícil en el ajedrez. Uno se puede confundir y sentirse más tonto, o al revés. De a ratos miro todo desde fuera y no le encuentro el sentido. ¿Qué hago aquí? Pero la atracción es irresistible.

Ahí volvemos por la ruta 8, Brigadier General Juan Antonio Lavalleja, sintiendo esa nostalgia suave, que me recuerda a cuando se terminaban los viajes de fin de año de la escuela. Es extraño. Uno se siente renovado después de estos torneos tan cálidos. Y se va con pena infantil, aunque uno ya es grande. Quedan resonando las voces de los otros jugadores, sus expresiones, sus pequeños heroísmos o cobardías. Uno queda pensando en los muchos detalles de la conducta ante los terribles momentos finales en el ganar o en el perder, en cómo golpean al comer y deslizar las piezas o apretar el reloj, que hablan bien directo de lo más esencial del carácter de las personas. No es cierto que se trate “sólo de una partida”. Se trata de algo de vida o muerte. Si no miradles cuando apreta el “tzeinot” y la partida hace crisis. Me quedan las caras de su disfrute y su sufrimiento en el tablero. Y uno se pregunta por qué todo tiene que tener un comienzo, un desarrollo y un fin, como las partidas. Y no hay respuesta. Entonces, allí vamos de nuevo. A jugar, a arriesgar la seguridad y lo ya alcanzado, si es que lo hay. A dar todo lo que uno puede en un momento dado. Y a pasarla bien en cualquier caso. La próxima para el occidente uruguayo, en Colonia.

Buena gente la del Olimar querido.

1 comentario:

  1. Felicitaciones a Marcel por su linda nota. Es un verdadero cronista de viajes, un Larrañaga, un Humboldt reencarnado.Le hace bien al ajedrez, no todo en la vida son escaques y trebejos. Un abrazo. Mauro Barboza.

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