El Campeonato Uruguayo por adentro

Detrás de la pared de tela negra del salón del primer piso del Bazaar de las Culturas, unas figuras borrosas y solitarias se pasean con lentitud fantasmagórica por la superficie de madera. Sus voces son la mayoría de las veces conversaciones incomprensibles para los pares de ojos que siguen sus movimientos desde el otro lado de la tela. A veces pareciera que, por allí, los asistentes al Campeonato Uruguayo 2009 sólo entran de a parejas para intercambiar palabras furtivas, un ida y vuelta al cubierto de todo lo que pasa en el lado más iluminado de la sala: un entrenador y un espectador; un federativo y un organizador de torneos; un árbitro y otro espectador.

Esta tela translúcida deja pasar la suficiente cantidad de luz y de sonido como para que los jugadores que están en las primeras mesas del Absoluto se quejen con el Árbitro Principal por los ruidos que les llegan. Es que, de un lado, los y las ajedrecistas del Uruguayo permanecen en sus posiciones petrificadas. El silencio los invade y la razón los gobierna mientras calculan y se horrorizan. La fantasía se ocupa a veces de arrancarles una mueca que no querían, un gesto que hubiesen preferido evitar. Una calma aparente, construida con gran esfuerzo, recorre sus manos inexpresivas y llena los espacios vacíos que deja el desenfreno, cautivo en las cuevas de la simulación. En este estado, una voz que se alza más allá del susurro es un atentado contra la integridad.

Las jugadoras y los jugadores están separados de los espectadores por cuerdas dispuestas todo a lo largo de las seis mesas del Absoluto y las cuatro del Femenino. Dentro del área que les corresponde, algunos de los protagonistas del torneo se afincan en sus lugares equipados con todo tipo de elementos: varias lapiceras de diferentes colores, cajas de cigarrillos, encendedores, pequeñas botellas con refrescos, cajas con jugos, vasos de plástico con agua, té o café, paquetes con golosinas, alfajores, productos lácteos, bolsas de plástico, termos y mates, pañuelos descartables… y la lista continúa. Se puede ver cualquier cosa, menos celulares. Antes del inicio de cada ronda, los aparatos móviles deben ser depositados en una caja blanca en el escritorio donde están árbitros y organizadores.

Álvaro Rebollo anota las jugadas de las partidas del Femenino para su actualización en línea en internet

Como ha quedado establecido desde un primer momento por la Federación Uruguaya de Ajedrez, ninguna de las competidoras del torneo Femenino recibirá premio económico por su desempeño, ni siquiera aquella que sea, dentro de una semana, la Campeona Uruguaya 2009. Al contrario de lo que sucede con los tres primeros puestos del Absoluto, las chicas que ocupen esos puestos en su propio torneo sólo serán galardonadas con lustrosos trofeos en reconocimiento por sus destacadas actuaciones.

Pero a pesar de que los U$S 350 van para los muchachos (¿sólo ellos los merecen?), ellas son las que más concentradas parecen en su juego. Apenas si se levantan de sus asientos, y si lo hacen, vuelven a los pocos segundos, casi sin repasar lo que acontece en las otras partidas. A veces se ponen de pie para saludar fugazmente a un amigo o compañero de club que ha venido hasta el Centro para presenciar el desarrollo de este mega torneo a nivel nacional, pero no se demoran mucho en nada que no sea lo que tienen sobre la mesa en que están jugando.

No es tampoco que los varones del Absoluto se paseen por la sala como si estuviesen en un supermercado, pero sí es cierto que son varias las mesas que quedan con un solo jugador mirando el tablero porque su rival se ha levantado para estirar las piernas, observar las partidas a su alrededor, utilizar los baños lejanos o servirse un vaso con café provisto por la organización.

Casi en la entrada misma del Bazaar…, el kiosco de Carlos Ferrari aglutina a decenas de ajedrecistas y curiosos que, sensibilizados por los efluvios de ajedrez que bajan desde el primer piso del edificio, no resisten la tentación de jugar una partida a tres minutos en el tablero que Ferrari saca a la vereda. Unos momentos antes del comienzo de la tercera ronda, ayer sábado por la tarde, un jugador del Absoluto seguía de cerca una de las tantas palizas que el “Indio” Martínez propinaba a los parroquianos de turno en la esquina de 18 y Convención. “No te hagas el vivo con la gente”, le dice, luego de que el “Indio” invitara a su rival a desocupar su silla y a observar, desde fuera del tablero, el jaque mate que le había dado.

En la sala de juego, a medias tapado por un afiche de la Intendencia Municipal de Montevideo, un ventanal gigante descubre una Avenida 18 de Julio multicolor, surcada por los destellos refulgentes de los ómnibus que rugen y se fugan en estampida rumbo a la Plaza Independencia. Desde el otro lado de la Avenida, los transeúntes difícilmente pueden ver qué es lo que está pasando en aquel edificio tan común, tan como todos. Sumidos en sus apuros inmediatos y sin poder ver más allá de lo que les depara el próximo semáforo, no atinan a imaginar que dentro de ese edificio sobre el que acaban de posar sus miradas por una fracción de segundo, en una distracción momentánea, se juega el Campeonato Uruguayo de Ajedrez.