En el mediodía soporífero del sábado, los jueces se desabotonan la camisa en su parte superior para que el calor no les gane el cuello y se instale luego en la cabeza, sin dejarlos pensar. Están haciendo los pareos de la próxima ronda y las fieras que esperan calmas todavía, pueden impacientarse con facilidad si las cosas no están prontas a su debido tiempo.
Fuera de la sala de juego, sumidos de lleno en el calor infrecuente de un 11 de octubre, los jugadores y los acompañantes se amontonan en grupos numerosos que se protegen de la intensa luz solar de la primavera. Bajo la sombra de los árboles que rodean y preponderan en el ambiente, se pueden ver círculos compuestos en general por jugadores que pertenecen a un mismo club, aunque eso no significa que de vez en cuando uno no encuentre algún mestizaje cordial y despreocupado.
Es que mientras los 4 jueces terminan de registrar los resultados, hacen las tablas de posiciones y la clasificación por tableros, se fijan de qué forma estarán conformados los equipos para la próxima ronda y hacen los pareos correspondientes, las puertas del salón permanecen cerradas. Entonces, en esos momentos extraños en los que el equipo está con la incertidumbre de quién será el próximo rival y al mismo tiempo aprovecha el único instante para descansar que brinda tan demandante torneo, el Interclubes se juega con más fuerza que en el transcurso de cualquiera de sus fechas.
Durante el tiempo que duran esos intervalos sagrados, en los cuales los miembros del equipo comen y beben y se convierten por obra y arte de la ansiedad en matemáticos tan lúcidos y eficaces en sus cálculos, que si jugaran con esa claridad mental al ajedrez no necesitarían estar sacando cuentas, el Interclubes está realmente en marcha. Se juega en los paseos de los equipos por las calles aledañas, en las conversaciones con jugadores de otros clubes, en esos análisis apocalípticos de las partidas, donde uno de los que analiza siempre tiene el saber supremo y siempre encuentra la jugada ganadora, el caballo bloqueador, la ventaja indiscutible del peón pasado de h “que si te fijás bien, acá estás perdido porque…”.
El Interclubes no empieza cuando una voz imparcial lanza un estertor de los mil demonios y obliga a todos a que “muevan blancas” y nos compele con el autoritarismo consensuado de la ley que todos aceptamos, a presionar los relojes, hacer silencio, apagar los celulares, firmar las planillas, poner los reyes en el medio. No, no hay interclubes en la paz de velorio de las horas de juego, ni en las hordas de curiosos que se agolpan en los bordes de las últimas partidas y aplastan los últimos segundos de los jugadores. Se podría decir que hay Interclubes cuando el último rey choca contra el escaque menos pensado o las últimas manos se estrechan en tablas solidarias. También cuando uno de los árbitros se sienta a una mesa con 3 jugadores que lo rodean para ver una miniatura en 10 movimientos que se produjo en el tablero 1 de la serie Sub-2000; cuando dos equipos estrechan sus manos al mismo momento, porque uno de ellos tenía dificultades para quedarse toda la ronda o porque Uruguay jugaba en media hora, qué importa; se juega en la cantina, en los baños, en la niña que tiene miedo de su rival porque pone caras feas cuando va perdiendo, en las instrucciones clandestinas del capitán que sugiere Dxh4 y en seguida se aleja de su compañero, en las madres pacientes que se acomodan en un escalón y esperan del otro lado o en los padres que se sientan cerca de sus hijos y mueven la cabeza, para arriba o para abajo, o simplemente se quedan quietos, contentos de verlos.
En cualquier caso, lo que decimos es que para vivir plenamente el Interclubes, hace falta mucho más que un libro de aperturas instalado en la cabeza con el pendrive calcinante de la disciplina rigurosa.
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Más todavía que un talento inigualable para igualar posiciones perdidas o para ganar pieza con una combinación en 264, lo que hace falta es tener un equipo, un verdadero equipo que se acompañe y se reconozca como tal cuando vislumbra su propio reflejo. Un equipo que sepa que es sólo 4 en los tableros, pero muchos más que esperan afuera. Nosotros, por suerte, y por una eliminación sistemática del juego por el mero beneficio individual -que todavía no se limpió del todo pero que va en camino de-, tuvimos dos equipos emocionantes. Los resultados que conseguimos son sinceramente lo de menos.
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