Estos activos encierran en sí toda la magia de la alegría de los chicos, que se concentran en las partidas, se sientan sobre almohadones o en dos o tres sillas unas sobre otras, junto con la gran camaradería con que confraternizan los adultos que nos alegran con su visita.
Pero cual sala de cine que estrena una gran producción, o función de teatro que comparte una obra exelentemente actuada, o una partida de ajedrez (obra de arte si la hay) , esta maravillosa fiesta mensual tiene un inicio (apertura), un argumento (desarrollo) y un desenlace (final).
Compartiremos no con muchas palabras, pero con gran profusión de imágenes, todo lo que se vive en un activo en La Proa:
Sabrina y Rosa, merecedoras de varios premios. Por apoyar a sus hijas en esta inclinación ajedrecística, por embellecer con su presencia femenina los entornos de los torneos, por su actitud permanentemente constructiva y por sobre todo por su don de gente.
Lo del principio, dos campeonas más del ajedrez nacional
Marcelo Lanzilotta no quería por nada del mundo faltar a la cita, demostrando una vez más su permanente entrega a la causa proísta.
Había un compromiso asumido de antemano al cual no podía fallar, pero vino igual con la firme convicción de poder estar en ambos lados.
Culminada la cuarta ronda y habiendo ganado todos sus cotejos, la inescrupulosa marcha de las agujas de un reloj que se negaban tenazmente a dejar de circular, le hacían ver a gritos que había llegado la hora de su marcha. Fiel a sus principios, hombre de palabra si los hay, saludó con afecto, pidió las disculpas del caso y partió a cumplir con esa gente que ya ansiaba su llegada.
Quiso el destino o las carambólas diabólicas del juego, que completando con la ronda final el torneo, aunque algunos lograban empardar la cantidad de puntos obtenidos por el ya ausente, en todos los sistemas de desempate establecidos, aquel era el campeón.
Por eso, como reconocimiento a este hecho singular, la entrega fue simbólica, no tuvo el trofeo entre sus manos, pero para que lo sepa porque no nos vio, nos pusimos de pie y aplaudimos su mérito de campeón, con el mismo esmero que si estuviera presente.